Blancos, los búfalos, corren en estampida hacia el sur. Vienen como marejadas, primero unos, luego otros; tambores anunciando algo próximo, o quizá marcando un ritmo, un segundo, un momento: son péndulos superficiales viajando al sur.
Me pregunto, de aquí a Los Ángeles cuantas hordas deben pasar. Seguro muchas más de las que mi paciencia y concentración me permitirían contar. Seguiré leyendo.
La tierra ya parece más árida, color canela, como de cancha de fucho, de esas que uno encuentra en pueblos, parques y en el autódromo “Hermanos Rodríguez”. No del color de las canchas del Roland Garros, no. Esas están allá, lejos, distantes de la vorágine y de las cactáceas. Sigo leyendo.
11:45 El mar lo cubre todo: las marismas, nuestros pies, mi bota izquierda y las canchas de fucho. Justo a tiempo, La Noche Navegable se me acabó.
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